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sábado, 3 de octubre de 2020

Revista "Miradas y Voces de la LIJ"- "Rescatemos la poesía del olvido" de Mabel Parra

La poesía en la Grecia antigua estuvo protegida por nueve musas nacidas de la unión entre Zeus y Mnemósine. No solo inspiraban a los poetas, sino también a los artistas y filósofos para que pudieran expresarse a través del arte. Tenemos así, por ejemplo, a Erato que regía la poesía amorosa; Polimnia, la poesía sacra; Terpsícore guiaba la poesía coral; Talía, la bucólica;  Urania, la didáctica.

Fueron las musas las que guiaron a Homero quien expresó en Ilíada: “Vosotras sois diosas, estáis presentes y sabéis todas las cosas”. Ellas otorgaban al poeta el saber y de esta manera daban poder, por eso se representa a los aedos con coronas de laureles.

En una sociedad oral, el canto tenía que ver con la conservación del saber. De ahí surgió la importancia de Mnemosyne, la diosa de la memoria, porque si bien sus hijas inspiraban al poeta, fue ella la que tendió un lazo hacia el pasado para evocarlo a través del canto.

Cantar (o recitar) significaba recordar lo acontecido in illo tempore, reconstruir el saber, liberarlo del sometimiento del olvido, accionar la memoria y convertirse en palabra que dona existencia a las cosas y a los hechos. La poesía al evocar  impide descuidar la historia de los pueblos, a héroes y dioses. Es rescate del pasado, es no-olvido.

Con esta breve introducción sobre los orígenes de la poesía en épocas perdidas, queremos introducirnos en el universo de los juegos y canciones de la niñez, deudoras de la literatura oral. En ellas perviven voces  derramadas en un tiempo lejano y recogerlas es permitir que no caigan en el olvido.

Seguramente en la actualidad la tecnología sumergió en la indiferencia la palabra cantada de rondas, canciones de cuna, adivinanzas, etc. que pasaron a ser patrimonio de una generación que se apaga. Una generación que no puede detener el tiempo de aquella eterna retahíla que llevaba al no-olvido: “Pisa pizuela/ color de ciruela/ me dijo mi abuela/ que sí, que no/ que vaya a la escuela/ y que esconda este pié”. El ritual se repetía, las palabras se reactualizaban en cada sonido y quienes las pronunciábamos teníamos el poder de entrar en el tiempo mítico del eterno retorno.

Con la palabra perdida sentimos que hemos sido colonizados por las redes sociales, por la informática en general, por eso esta breve reflexión está teñida por la nostalgia y la idealización de un pasado que como dice Ana Pelegrín es un nexo revelador entre infancia-juego-poesía, un espejo donde nos reconocemos y crecemos. Nos reconocemos en la imaginación que nos transporta, escuchando el canto de las sirenas,  viajando en el caballo de Troya que nos traerá a un tiempo más actual para trepar hasta “un cielo grande y sin gente”. Entonces la poesía renacerá: “Cuando den nuestros corazones/
su cosecha de suspiros/ Cuando se pongan los tejados/
sus sombreritos de yerba”. (Federico García Lorca).

Rescatemos la poesía  y la coloquemos en el lugar que le dieron los griegos, como aletheia, la palabra que rememora, que se legitima a través del canto y nos salva del olvido.

Mabel Parra

 

 MABEL PARRA

Profesora de Jardín de Infantes, Profesora Universitaria en Letras (UNSa), Especialista y Máster en Didáctica, (UBA). Doctora en Humanidades (UNSa).

Docente en los niveles primario, secundario, terciario y universitario. Investigadora CIUNSa. Participó en Congresos y Jornadas nacionales e internacionales. Publicó libros y artículos sobre periodismo.  

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