La poesía en la Grecia antigua estuvo protegida por nueve musas nacidas de la unión entre Zeus y Mnemósine. No solo inspiraban a los poetas, sino también a los artistas y filósofos para que pudieran expresarse a través del arte. Tenemos así, por ejemplo, a Erato que regía la poesía amorosa; Polimnia, la poesía sacra; Terpsícore guiaba la poesía coral; Talía, la bucólica; Urania, la didáctica.
Fueron las musas las que guiaron a Homero quien expresó en Ilíada:
“Vosotras sois diosas, estáis presentes y sabéis todas las cosas”. Ellas otorgaban
al poeta el saber y de esta manera daban poder, por eso se representa a los
aedos con coronas de laureles.
En una sociedad oral, el canto tenía que ver con la conservación
del saber. De ahí surgió la importancia de Mnemosyne, la diosa de la memoria,
porque si bien sus hijas inspiraban al poeta, fue ella la que tendió un lazo
hacia el pasado para evocarlo a través del canto.
Cantar (o recitar) significaba recordar lo acontecido in illo tempore, reconstruir el saber,
liberarlo del sometimiento del olvido, accionar la memoria y convertirse en
palabra que dona existencia a las cosas y a los hechos. La poesía al
evocar impide descuidar la historia de
los pueblos, a héroes y dioses. Es rescate del pasado, es no-olvido.
Con esta breve introducción sobre los orígenes de la poesía en
épocas perdidas, queremos introducirnos en el universo de los juegos y
canciones de la niñez, deudoras de la literatura oral. En ellas perviven voces derramadas en un tiempo lejano y recogerlas
es permitir que no caigan en el olvido.
Seguramente en la actualidad la tecnología sumergió en la indiferencia
la palabra cantada de rondas, canciones de cuna, adivinanzas, etc. que pasaron
a ser patrimonio de una generación que se apaga. Una generación que no puede
detener el tiempo de aquella eterna retahíla que llevaba al no-olvido: “Pisa
pizuela/ color de ciruela/ me dijo mi abuela/ que sí, que no/ que vaya a la
escuela/ y que esconda este pié”. El ritual se repetía, las palabras se
reactualizaban en cada sonido y quienes las pronunciábamos teníamos el poder de
entrar en el tiempo mítico del eterno retorno.
Con la palabra perdida sentimos que hemos sido colonizados por las
redes sociales, por la informática en general, por eso esta breve reflexión
está teñida por la nostalgia y la idealización de un pasado que como dice Ana
Pelegrín es un nexo revelador entre infancia-juego-poesía, un espejo donde nos
reconocemos y crecemos. Nos reconocemos en la imaginación que nos transporta,
escuchando el canto de las sirenas, viajando en el caballo de Troya que nos traerá
a un tiempo más actual para trepar hasta “un cielo grande y sin gente”. Entonces
la poesía renacerá: “Cuando den nuestros corazones/
su cosecha de suspiros/ Cuando se pongan los tejados/
sus sombreritos de yerba”. (Federico García Lorca).
Rescatemos la poesía y la coloquemos en el lugar que le dieron los
griegos, como aletheia, la palabra
que rememora, que se legitima a través del canto y nos salva del olvido.
Mabel Parra
MABEL PARRA
Profesora
de Jardín de Infantes, Profesora Universitaria en Letras (UNSa), Especialista y
Máster en Didáctica, (UBA). Doctora en Humanidades (UNSa).
Docente
en los niveles primario, secundario, terciario y universitario. Investigadora
CIUNSa. Participó en Congresos y Jornadas nacionales e internacionales. Publicó
libros y artículos sobre periodismo.
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