1) La literatura es siempre una. Los críticos y estudiosos insisten en clasificar y encasillar las producciones. La literatura, para niños o adultos, permite entrar en un mundo mágico donde todo es posible, permite bucear en los sentimientos más profundos del ser humano, en la condición humana. Es un encuentro entre dos almas sensibles (autor-lector) y por ello mismo nos acerca a nuestras incertidumbres, contradicciones y grandezas. La literatura nos dice, dice al hombre en sus distintas épocas, contextos y circunstancias ya sea desde el humor, la parodia, la tragedia, el realismo, el misterio… y para ello no hay edad. Hay modos diferentes de narrar. Creo, como Juan José Saer en una “literatura sin atributos” o como Ma. Teresa Andruetto “sin adjetivos”. La palabra literaria supera las clasificaciones. No obstante, soy consciente que hay libros que se adecuan más a los lectores infantiles o juveniles y que hay muchas obras que no fueron escritas especialmente para los pequeños lectores pero han sido leídos por miles de ellos. Y los buenos autores que escriben pensando especialmente en un lector infantil o juvenil lo hace desde la necesidad de decir algo, desde el respeto y la calidad literaria, sin menospreciar a su lector desde el tema, el lenguaje o el “lugar” desde donde escribe porque está haciendo “Literatura” (así con mayúsculas).
El problema de “literatura infantil” o “literatura a secas” se ha generado, más bien, en el mundo editorial que – incluso – fabrica escritores o pone de moda temas que deben abordarse literariamente aunque no sé si a todo lo que se publica puede llamársele literatura (me refiero, por ejemplo, a tantos libros que hay en el mercado infantil sobre temas de ecología, valores, sida, divorcio, etc.).
2) En la vida misma. La literatura habla de la vida, ¿de qué otra cosa sino? Me nutro de lo que sucede a mi alrededor, a mi misma, a conocidos y desconocidos, lo que ocurre en este tiempo y lo que ocurrió hace muchos años e impactaron, de alguna u otra manera, en la sociedad y en el ser humano. Me nutro de anécdotas, de lo que observo y escucho que dicen los niños y los grandes, de sus reacciones, dudas, sueños, temores y preocupaciones.
3) Hay escritores que atienden mucho al mercado, a la demanda. No es mi caso. Escribo lo que siento, pienso y quiero. Tal vez, como escritora del interior, todavía no me he contaminado de esa ansiedad de escribir lo que venda y nos haga famosos. Pero es cierto, no lo podemos negar, estamos en un mundo donde la oferta y la demanda cumplen un rol fundamental en la industria editorial. Pero son las mismas editoriales las que generan esa “demanda” sobre todo en las escuelas, en las ofertas y promociones a los docentes que son los que más compran “por catálogo”
4) Es muy difícil hablar de la propia obra con objetividad. Cada libro es una parte de uno mismo porque no nos podemos desprender del ser que somos cuando escribimos. Cada libro tiene algo especial. Por ejemplo, refiriéndome sólo al libro “El estanque mágico y otros cuentos con secretos”, la segunda edición del mismo es para mí un tesoro muy especial porque las ilustraciones las hizo mi hija y el libro fue editado en Salta por Mundo Gráfico que apostó al mismo y confió en mi escritura. Entonces, es un libro muy querido porque compartí con gente muy querida su proceso de edición. Pero mi novela “Hasta volvernos a encontrar… Tupananchiskama”, es también especial porque la historia que cuenta es especial en sí misma y ha sido leída por muchos jóvenes aunque no fue escrita pensada en un público juvenil. Es la primera ficción que se escribe sobre la Doncella del Llullaillaco, una joven inca entregada a los dioses hace más de 500 años y que fue encontrada en el santuario de altura del volcán Llullaillaco en perfecto estado de conservación.
En fin, mi primer libro de poemas, el último, el que todavía está inédito…y así podría seguir. Pero todos tienen algo que merece la pena ser recordado o perdonado (Galeano dixit).
5) Creo que leen de manera distinta. Si analizamos las lecturas “cibernéticas” que hacen diariamente a través de las redes sociales, juegos, búsquedas de información para el colegio, etc. podríamos discutir el concepto de cantidad. Me parece mejor hablar de calidad. Ahí puede estar la diferencia. Creo que antes se leía más literatura porque había menos opciones para el ocio y el divertimento. Se entendía la lectura literaria de otra manera, era común pasar el tiempo leyendo. Hoy se pasa el tiempo viendo televisión, mandando mensajes por facebook o con los juegos electrónicos. Lo importante es entender que los chicos de hoy pueden leer tanto o más literatura que antes pero en distintos formatos. La computadora está instalada en todos los hogares y eso es una realidad que hay que tomar a favor y no en contra. Lo que habría que hacer es motivar a los niños y jóvenes para que “aprieten, de vez en cuando, la tecla correcta” y no sólo pierdan largas horas jugando sino también leyendo y disfrutando de las buenas obras literarias que están subidas a la web.
En una experiencia personal en una escuela donde fui a narrar mis y a hablar con los chicos me llamó la atención la desesperación que tenían por tocar, palpar, oler los libros que yo había llevado. También cómo se “metieron” en las historias e interactuaron con ellas. Si los niños no leen más es porque no se les da la oportunidad de leer, no se les presenta el maravilloso mundo de la lectura y el libro con la magia y la fuerza que se merece. La lectura se ha escolarizado demasiado. No está mal si, como dice Graciela Montes, entendemos a la escuela como la gran ocasión para formar una sociedad lectora. Pero no debe ser la única. Sería muy bueno volver a la “hora del cuento” en la casa, leer con y para los niños dentro y fuera de la escuela.
Por otra parte, parece una paradoja que se publique cada vez más. Todas las semanas llegan a las librerías nuevos títulos (para todas las edades). El tema de la lectura sigue siendo el centro de muchas jornadas, simposios, congresos. Es sin duda, un tema que merece toda nuestra atención y que tendría que ser una preocupación de todo país que quiera crecer y progresar.
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