Homenaje a Liliana Bodoc
Los primeros días de febrero nos sorprendió con la inesperada partida de Liliana Bodoc. Nadie se imaginó que la escritora de La Saga de los Confines, Diciembre súper álbum, El rastro de la canela, El perro del peregrino, Sucedió en colores, Amigos por el viento, entre otros ya no estuviera entre nosotros. Murió la escritora pero no su obra. Su pensamiento, sus emociones, sus preocupaciones, su mirada del mundo, están en esas páginas de papel que atesoran historias que conmueven. Sus libros la sobrevivirán por siempre para recordarnos su sonrisa ancha, su mirada bondadosa, su decir generoso y profundo. Se nos fue sin permiso... sus lectores aún esperan su nuevo libro... habrá que conformarse con saber que esté donde esté continuará desglosando palabras en el viento y nos susurrará el nombre de sus personajes al oído para decirnos que está al lado nuestro cada vez que leamos o releamos alguno de sus libros.
Los primeros días de febrero nos sorprendió con la inesperada partida de Liliana Bodoc. Nadie se imaginó que la escritora de La Saga de los Confines, Diciembre súper álbum, El rastro de la canela, El perro del peregrino, Sucedió en colores, Amigos por el viento, entre otros ya no estuviera entre nosotros. Murió la escritora pero no su obra. Su pensamiento, sus emociones, sus preocupaciones, su mirada del mundo, están en esas páginas de papel que atesoran historias que conmueven. Sus libros la sobrevivirán por siempre para recordarnos su sonrisa ancha, su mirada bondadosa, su decir generoso y profundo. Se nos fue sin permiso... sus lectores aún esperan su nuevo libro... habrá que conformarse con saber que esté donde esté continuará desglosando palabras en el viento y nos susurrará el nombre de sus personajes al oído para decirnos que está al lado nuestro cada vez que leamos o releamos alguno de sus libros.
Como homenaje a su memoria, la recordamos en esta entrevista que publicó la Revista Radar del diario Página 12, unos pocos días después de su fallecimiento.Disfruten su lectura
11 de febrero de 2018
Por tu culpa me llevé literatura
Por Patricia Ferrante y Natalia Sternschei
Si bien tu producción
literaria se dirige a distintos lectores, en esta entrevista queremos
centrarnos en aquella que en principio está destinada al público juvenil, aun
cuando haya adultos que también sean parte de esos lectores. ¿Cómo es el
proceso de creación cuando ese público es el juvenil?
Por Mariana Enriquez
—La verdad es que hay que focalizar un
público entre los jóvenes, y en algunos casos los niños, pero imaginemos los
jóvenes, y ese fue un trabajo que hice a posteriori de La saga de los Confines.
Con lo cual concluyo que intuitivamente en la saga encontré algunos caminos de
comunicación con el público juvenil. Por eso salió en un sello editorial
juvenil y por eso es y sigue siendo una lectura que yo diría que tiene
mayoritariamente un público juvenil. No solo, pero mayoritariamente, claro. Una
vez que yo entendí eso, sumado a que ya había empezado a aprender, a respetar y
a leer la literatura infantil y juvenil, encontré ahí de verdad un desafío
lingüístico y semántico, pero sobre todo lingüístico, muy interesante, muy
excitante porque se trata de hacer literatura, que también es comunicación, una
comunicación ambigua, equívoca, polisémica, pero comunicación al fin. Tenés que
lograr no dejar afuera al lector, incluirlo, abrazarlo con la ficción. Ahí hay
un trabajo que a mí me resulta muy bello de hacer, aunque haya que dejar cosas
afuera.
Y qué cosas dejás
afuera?
—Por ejemplo soy muy cuidadosa a la hora de
escribir sobre todo para niños y jóvenes, con el tema de los puntos de vista,
de los narradores. Aprendí cuáles son las cosas que los confunden, que los
alejan, que los enoja. Una de esas cosas, por ejemplo, es la diversidad de los
puntos de vista. Entonces si yo quiero una novela coral, si yo quiero una
novela en donde las voces entren de distintos lugares (que es algo que quiero
hacer y lo hago de hecho) me tengo que poner a pensar muy cuidadosamente cómo
hago eso para que ese trabajo literario funcione. Porque si no, lo que pasa es
que se enojan y lo descartan, y yo quiero que ellos aprendan a amar la
pluralidad de voces adentro de la narrativa, no que se enojen, entonces intento
encontrar maneras, técnicas y posibilidades para que ellos la acepten con
alegría.
¿Cómo es la relación
con ese público? ¿Te escriben, se enojan, agradecen?
—La verdad es que cuando los encontrás, los
chicos lectores de mis propias obras pero sobre todo de obras de los demás,
rompen muy fácil la barrera de la no ficción y se apasionan y se enamoran,
chiquitas que me hablan sin pudor de los personajes como si fueran de verdad,
como si yo fuera la mamá de esos personajes. Se entristecen mucho con una
muerte, hay profesoras que me dicen: “mirá este cuento los puso muy mal”. Y
también son lugares donde tenés que pensar ¿no?, yo creo que tiene que ver con
eso, con una entrega a la ficción muy franca.
“Por tu culpa me
llevo literatura” contaste en una entrevista que te dijo un adolescente que te
llamó a tu casa. ¿Podés contar un poco más qué es lo que pasó?
—Sí, me dijo eso y también un montón de
insultos. Eso fue lo último que me dijo. Fue notable. Fue un domingo, no me voy
a olvidar nunca, fue un domingo a la mañana. Sonó el teléfono y “sí, ¿Liliana
Bodoc?” “Sí” –le contesto– y luego, un insulto tras otro. Yo estaba por cortar
cuando me dice “por culpa tuya me llevo literatura”. Intenté explicarle algo y
no hubo caso, hasta que me tira la amenaza “sé que vas a estar en la Feria del
Libro”. ¡Como un asesino serial! Me dio pánico y corté. Ahora ¿qué fue lo
curioso de este pibe? El tipo me tiró sobre todo el problema de los nombres.
“¿Por qué mierda pusiste esos nombres?” Tuve que volver a pensar, tuve que
tranquilizarme, entonces me leí todos los argumentos, pensando en no intervenir
la épica fantástica con nombres que no tengan que ver con lo que estoy
contando, yo sola peleando conmigo misma y diciendo “los nombres en inglés los
saben, pero en mapuche no”, todo para convencerme de nuevo que eso estaba bien.
Mirá vos lo que puede un lector enojado.
Sabemos que vas a
muchas escuelas y vos también contás que los chicos en realidad se interesan
por tu vida privada. Pero ¿qué sabés que les pasa a ellos con tus historias?
—Todo el tiempo triangulan entre la ficción
vivida y la de ellos. Todo el tiempo, en las preguntas que te hacen, son muy
chiquitos y uno ya es viejo, y son tan transparentes y ves que están
preguntando por ellos, a veces es clarísimo. Cuando trabajé con el Plan de
Lectura y me tocó ir, casi siempre, a escuelas marginales o carenciadas por
distintas razones, muchas veces te preguntan por situaciones atroces, entonces,
tenés que tragar en seco y tratar de dar la mejor respuesta, porque es obvio lo
que te están preguntando, por maltrato, por dolores, por hambre, por soledad,
por abandono, por violencia.
¿Y vos dirías que ahí
hay una función o una utilidad de la literatura? Más allá de todas frases
“célebres” sobre lo que provoca leer (“te da alas”, “te hace bien”, “te forma”,
“te abriga”, “te cura”) ¿creés que genera algo? ¿Cómo describirías eso que
genera?
—Yo creo que la literatura es formadora y
todas estas cosas que reclamamos siempre tienen que ver con el modo en el que
leemos, ni siquiera la cantidad, y no sé por la calidad, pero seguro que con el
modo. Digamos, si no leés para que el texto te atraviese, si no leés con
compromiso emocional, si leés para declamar en el bar que leíste el último de
tal y de cual, eso para mí no deja de ser más que otro objeto de consumo. Y
otra forma de blasonarse, “¿ven que yo leí?”, bueno, no me interesa. A mí me
parece que la lectura, y pasa con los chicos cuando se dejan atravesar por el
pensamiento poético, permite encontrarse con otros en ese espacio de ficción.
Se entienden y se dan cuenta de que alguien los entiende y se perdonan. ¿Sabés
la cantidad de chicos que he visto perdonarse? No solo con mi escrito,
perdonarse que robaron, perdonarse que mintieron, perdonarse que envidiaron,
perdonarse es impresionante. Pero eso, para mí, tiene que ver con la forma en
la que leen. Ahí, digamos, está también el docente incluido con la forma en la
que les permite leer.
Vos contaste que
abandonaste la secundaria, la retomaste ya de adulta, después estudiaste Letras
y durante mucho tiempo no escribiste porque la facultad te dejó claro que “ahí
no se estudiaba para ser escritora sino para enseñar literatura”. Evidentemente
tenés una mirada bastante crítica con la educación formal y fuiste docente ¿Por
qué?
—Pensemos que yo tengo casi 60 años, y nos
retrotraemos a muchos años atrás, donde la escuela era seguramente mucho más
autoritaria que la de hoy; y yo sufrí mucho ese autoritarismo, venía de un
lugar que no lo era, entonces lo sufrí mucho. Además, tuve una adolescencia
complicada. Disfruté mucho la facultad los primeros años, porque además pasó
mucho tiempo hasta que pude llegar a la facultad, pero claramente, al menos, la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo no estimulaba
la creación. Muchas universidades siguen sin estimular, lo sé por gente que
conozco. Se ningunea la creación de los alumnos; se la dificulta o por lo menos
no se la posibilita. No hay nada que tenga que ver, nada, con la escritura
creativa de los alumnos de la Facultad, nada de nada. Yo nunca terminé la
carrera pero hace poco, me nombraron Doctora Honoris Causa, fue muy chistoso.
El rector me llamó “la alumna que nunca había egresado”.
¿Y por qué te
dedicaste a la docencia?
—Fue muy casual, en realidad enseñé en una
sola escuela en un quinto y en un sexto año, muchachotes grandotes con los que
me llevé bastante bien, dentro de todo, no sufrí tanto la docencia, pero también
me daba cuenta que no me quería quedar ahí, no quería, la verdad, tengo que ser
sincera, no quería quedarme ahí mucho tiempo. Coincidió con que empecé a
escribir Los días del Venado, y además fue medio casual: “che Liliana
necesitan... ¿no te querés presentar?”. Esas cosas que pasan en la Facultad.
¿Y cómo fue esa
experiencia?
—Estuvo bien, una linda escuela, pero es una
escuela dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo, con un muy buen nivel
académico, los chicos pasaban un examen de ingreso. En líneas generales, pude
entenderme con los chicos, nos reíamos mucho, leíamos, ellos me decían la
Señora Ingalls, porque yo iba con mis polleras largas. Se daban cuenta de lo
que siempre se dan cuenta los chicos: cuando uno ama la literatura, cuando uno no
la ama.
Suele decirse que los
chicos no leen, que no entienden lo que leen, entre varias cosas que dicen de
ellos y que son bastante cuestionables. Pero lo interesante es que algunos
docentes reconocen que a los alumnos les encanta que les lean. Es como una
vuelta a la narración oral, un poco dejada de lado por la escritura, que a los
chicos les fascina. Tal vez algunos no quieren leer el libro pero sí quieren
que se los cuentes.
—Te lo firmo así, sin pensarlo un segundo
porque es la vivencia que yo tengo todo el tiempo, claramente para ellos, la
voz humana es el mejor camino de llegar a la literatura. Y cuando la voz esa es
ni maravillosa ni bien modulada pero apasionada, cuando vos leés o les decís
algo que a vos te conmueve, a los tipos se les cae la mandíbula al piso. Y los
“complicados”, los más bravos, se callan la boca pero de verdad. ¿Viste ese
silencio que vos sabés que es un silencio verdadero, respetuoso? Y no es por
una, sino por el poeta que les está hablando. Y yo tengo mis caballitos de batalla
que son infalibles. Por ejemplo cuando les digo “Vamos a hablar de la poesía,
la poesía que es un silencio rodeado por palabras, lo más importante de la
poesía...”, y me miran y yo sigo, “¿quieren escuchar –les digo yo– una poesía
anónima, pero viejísima china, de una historia erótica, de una historia sexual
de un hombre y una mujer?” Uuy te miran y arrancás.
En diversas
entrevistas te han preguntado sobre La saga de los Confines y has respondido
que parte de tu inspiración proviene de tus lecturas de Tolkien y de las
contradicciones que te produjo su obra porque si bien te fascinó, al mismo
tiempo, la ideología que expresaba El Señor de los Anillos te produjo cierto
rechazo. De modo que esa necesidad de que hubiera una saga que contase un tipo
de épica fantástica desde otro lugar ideológico fue satisfecha por tu trilogía,
donde aparece la historia no oficial de los pueblos de América del Sur que
fueron exterminados, entre otras cuestiones. Pensaba en algo que menciona Jesús
Martín Barbero acerca de la polisemia del término “contar”: es necesario contar
nuestra propia historia para ser tenidos en cuenta por los otros, para que no
queden invisibilizadas nuestras historias. La pregunta es si en el público
juvenil vos pudiste encontrar marcas de lectura en esa clave histórica,
identitaria y de relaciones desiguales de poder.
—Sí, por suerte, puedo ser categórica para
decírtelo. Y más de uno, no estoy diciendo una multitud, pero me han hablado de
la identificación con esos héroes, y yo con el corazón, así ancho de felicidad.
Diciéndome que les gustaba porque “son más parecidos a nosotros”, o son de acá,
o se parecen. Algunos me dicen “son argentinos”, bueno no importa que no sean
argentinos pero es la idea de identificación.
A veces debe ser
difícil introducir estas complejidad en un mercado de producción serial, porque
también corrés un riesgo y es que no te lean, o que te abandonen.
—Pero por supuesto, el mercado editorial
digamos, para niños y jóvenes es multimillonario. Yo creo que venden, no, creo
no, me lo han dicho los mismos editores, mucho más que la literatura para
adultos, porque venden a las escuelas y eso posibilita que haya mucha gente y
que podamos entrar muchos a la literatura, pero también llena los estantes de
literatura infantil y juvenil de cosas que, de verdad, son obvias, son
olvidables, son tristes del punto de vista lingüístico. Por eso ahí está el
docente, está el mediador. Hay varios libros míos, que yo sin dudar diría que
son los más interesantes desde el punto de vista literario. Por ejemplo
Diciembre súper álbum, El perro y el peregrino por otras razones, y quizás no
son los que más suerte editorial tienen, tienen más suerte editorial otros. Más
allá de los resultados yo sí puedo dar fe de que mi actitud a la hora de hacer
literatura siempre es la del máximo respeto, después las cosas salen mejor o
peor.
Un encuentro sin desperdicio! Un placer ver a tantos jóvenes lectores intercambiando sus ideas y reflexiones
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