UNA FERIA DEL LIBRO, MUCHAS “LECTURAS”, por María Belén Alemán
Acercarse a la Feria del Libro que se hace cada año en
Buenos Aires es de por sí una aventura diferente en medio del fragor
cotidiano de una ciudad cosmopolita que nunca deja de asombrarnos. Ya en los
semáforos en diagonal al zoológico, un grupo de actores pone en escena una
breve performance llamando la atención de los apurados transeúntes que esperan
poder cruzar cuanto antes y así ganarle el lugar a alguien en la cola para
sacar o canjear entradas. Los actores logran la atención de algunos y el
fastidio de unos pocos. Su noble objetivo puede más, “escolaridad para todos
los adultos aún no alfabetizados”, y el cierre de telón, imaginario, claro,
arranca los aplausos de hasta los más tímidos que ya empiezan a cruzar la
avenida con una sonrisa. Y sí, todo puede pasar en esta ciudad y en las afueras
de la feria… y adentro también, claro que sí.
Con el escritor Luis Ma. Pesccetti |
Ya en el interior los libros se abalanzan sobre nosotros…
sí, son los libros los que salen en busca de sus lectores contoneándose en
mesas y estantes de stands unos más coloridos que otros, con ofertas, con
novedades, con escritores firmando, con azafatas ya cansadas pero que intentan
(aunque no siempre pueden) una sonrisa amable en medio del gentío que se
apretuja frente a la mesa de “saldos y retazos” literarios. Grandes clásicos
vendidos por monedas o autores olvidados y casi desconocidos que, aunque sea
por las ofertas, esperan ser leídos. Todo vale para atraer lectores (¿o
compradores?) en la jungla ferial.
Una escritora y lectora voraz y desordenada como yo suele
preferir la tranquilidad de una librería y la paciencia de su librero. No
obstante, para los que venimos del interior, la feria del libro en Bs. As. es
una ocasión de zambullirse en el mar de libros y editoriales para buscar lo que
no llega al interior o sólo llega por encargo. Porque, claro, cada librería
responde, sobre todo, al gusto de sus clientes o a las novedades que impone el
marketing y el mercado. Así que,
las ferias suelen ser una oportunidad de empalagarse y disfrutarla a pesar de
los codazos, de los pasillos repletos de gente, del ruido, de las largas colas
para pagar o hacer firmar un ejemplar o del propio cansancio después de haber
recorrido pasillos, stands, más pasillos y más stands.
Pero más maravilloso aún es descubrir que, a pesar de la
tecnología que avanza sin pedir permiso, todavía hay gente, mucha gente
de todas las edades, que se acercan a la Feria a buscar el libro de papel para
olerlo, palparlo, hojearlo, subrayarlo, guardarlo en una cartera o mochila para
después volver a leer y redescubrir. Y esto, a los fanáticos lectores “de papel”
les da una tranquilidad inmensa. El libro no ha muerto… viva el libro… y ahora
sí, me uno a la pléyade contemporánea… viva el libro en soporte papel, digital
o lo que sea… mientras se siga escribiendo literatura y mientras siga habiendo
lectores podremos seguir imaginando mundos, viviendo vidas ajenas, sufriendo
los mismos dolores - por conocidos o descubiertos -, emocionarnos y
con-movernos hasta lo inimaginable.
Arturo Pérez Reverte firmando libros (de saco azul) |
Entonces, una feria puede ser sólo un paseo en familia, uno
más, como quien va a la plaza o al shopping o puede ser una posibilidad de encontrarse con
el libro que lo estaba aguardando a uno, callado y agazapado pero ahí,
esperando ser descubierto. Una feria puede ser un lugar para
Ma. Belén Alemán en el stand de la provincia de Salta, con la Lic. Mariela Paesaní. |
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