Marcela Beatriz Sosa
El epígrafe
de la poeta española Gloria Fuertes (1917-1998) es un buen pretexto para hablar
hoy de la obra teatral infantil de Mónica Rivelli, Aguatuya, de reciente edición. Una suerte de malentendido suele
alejar la literatura seria, de compromiso, de la producida para niños, como si
ambos universos nunca pudieran intersectar. Y este es un grave equívoco que
intentaré disipar muy brevemente. La fundamental responsabilidad que tienen la
literatura y el teatro infantiles (y tuvieron siempre, aunque no lo hayamos
percibido) es que ese primer contacto del niño con el arte de la palabra, en
sus múltiples dimensiones, lo marca de por vida (o no lo marca, si no ha tenido
la fortuna de vivirlo). Y en tiempos donde no dejamos de avizorar un futuro
difícil para nuestra patria y para nuestro planeta, donde toda esperanza está
en esos niños que forjarán el mañana, es decisivo el contacto con textos
culturales, literarios y teatrales que atiendan a las problemáticas de nuestro
horizonte actual y, lo que es más importante aún, a las que presidan el
horizonte de aquellos adultos en los que se convertirán los niños de hoy.
Nora Sormani (2004) define el teatro para niños como aquel que involucra al espectador infantil desde un régimen de experiencia cultural que le es específico, desde su particular forma de estar en el mundo, ya sea por la interiorización de los creadores –porque ellos se lo destinaron específicamente- o por apropiación del público o lector infantil. Pero, además, puntualiza y precisa las poderosas potencialidades del teatro infantil con respecto al niño:
[…] conecta al niño con el mundo del arte y le
abre las puertas de la sensibilidad estética, de la reflexión, de la capacidad
de emocionarse, reírse y llorar, de comprender diferentes visiones de la vida y
del mundo. A la par que los divierte, va desarrollando en los niños una
formación humanista que los torna seres más nobles y sensibles. El teatro es un
lenguaje que trabaja con la interrelación de las artes: en él se reúnen la
literatura, la música, la pintura, la danza, el canto y el mimo. En la
Argentina se lo considera uno de los intermediarios fundamentales entre los
chicos y la literatura, ya que, especialmente en el caso de las adaptaciones,
invita a recuperar lo visto en escena, a posteriori, a través de la lectura o
la relectura de aquellas obras que fueron adaptadas. (ibid.)
Mónica
Rivelli -profesora en Letras, con una cuantiosa experiencia en la enseñanza y en
la escritura de textos teatrales (como De
valijas y sorpresas, Melodías del
viento, Un plan loco loco), con
diversos premios en su trayectoria- lo sabe bien. Con su seudónimo Moni Moni, como si ella
también fuera un personaje de una de sus historias, apuesta a una literatura y
a un teatro infantiles que no subestimen a sus lectores/espectadores, que no
solo los haga cómplices sino que los comprometa.
Veamos lo
que decimos en Aguatuya, su última
producción teatral, a través de su intriga:
Escena I
Campesinos, niñas y niños disfrutan del agua y cantan en una laguna mientras la presencia de un Arcoíris ilumina toda la escena. Persiguen un pez azul. El viento y nubes oscuras anuncian el cambio de tiempo.
Escena II
Dos personajes alegóricos, el Viento y la Lluvia, discuten sobre sus funciones y su poderío. El primero se niega a ayudar a la Lluvia; desea quedarse solo a disfrutar del lago.
Escena III
De noche, una canción de cuna prepara la llegada al lago de dos sapos que se confiesan su amor. Su idilio se interrumpe por la amenaza de un lagarto. Se oye el zumbido del viento.
Escena IV
Los niños Sami, Cusi y Kumya intentan jugar en el lago, ahora convertido apenas en un charco por la acción del viento. Sienten sed y hambre. Los animales que los rodean también padecen la falta de agua.
Escena V
La abuela Kimich prepara la comida con alimentos que han resistido la sequía mientras les canta sus propiedades a los niños.
Escena VI
Pacha, en forma de una mujer anciana cubierta de hojas que emerge de la tierra, se aparece ante el Viento y lo hace reflexionar sobre su poder para generar lluvia. Al acceder, la Lluvia se hace presente inmediatamente y es soplada hacia el sur. Los niños llegan a tiempo para festejar la caída del agua.
Escena VII
Campesinos y niños bailan felices mientras el Viento se va con sus alas extendidas sobrevolando entre el público. Kumya sabe dónde irá el Viento porque lo soñó.
Escena VIII
El Sapo y la Sapa planean su boda junto al agua clara del lago.
Escena IX
Apoteosis del agua: en medio de los colores del arcoíris, todos cantan, bailan y juegan con el agua, mientras la abuela cocina y se oye la voz de Pacha.
La sencilla intriga, que he intentado resumir, evidencia, sin embargo, una red de sentidos que se van entrecruzando. Como afirma Hugo del Barrio, quien tiene a cargo el prólogo de la obra:
Temas tan importantes como el cuidado de la naturaleza en manos del hombre y el peligro de la escasez de agua son tratados en la obra, sin descuidar lo estético. La poesía se cruza con lo teatral en el poema del juego infantil, en una canción de cuna que se escucha en el viento o en la que da alegría en un momento crucial de la obra. (2023, 12)
Quisiera
tomarme de sus palabras para agregar unas reflexiones sobre el gran tema que
nuclea Aguatuya: el cuidado de la
naturaleza. Con la sugestión de los componentes líricos y el poder evocador de
la alegoría, Mónica “planta” en las cabecitas de sus pequeños
lectores/espectadores una idea axial: la necesidad de un mundo equilibrado, puesto
que el uso individual y egoísta de los recursos –simbolizado por el Viento y su
actitud- solo puede acarrear el desastre ecológico y un serio, gravísimo, daño
a las especies que habitan la tierra, no solo la humana. En ese Viento
arrebatado, violento, indiferente a los pedidos de los otros, se corporiza la
humanidad, la misma que se convierte en la primera víctima de su
acción/inacción. Pues de ambas maneras podemos comportarnos ante las múltiples
amenazas que pesan sobre nuestra naturaleza, encarnada tan bellamente por
Pacha, la madre Tierra.
Si el
primer valor que enuncia sin estridencias la obra es la conciencia sobre el mundo que heredamos y que debemos cuidar, hay
otros como la solidaridad, el amor entre todos los seres –en una especie de
escala cósmica-, la alimentación y la higiene del propio cuerpo, la
conservación de los hábitos culturales, la capacidad de hallar algo positivo en
todos los seres, la fiesta de la vida misma…, representada una y otra vez en
todos los signos escénicos.
Para
terminar mi presentación (y dejar espacio a las palabras de la autora), quiero
referirme a un aspecto que quiero resaltar en Aguatuya: la utilización de recursos escénicos que demanda la obra
y que supondrá un desafío al director que decida ponerla en escena. La voz en off, la música, los colores del
arcoíris, el surgimiento de Pacha sobre el escenario, el sobrevuelo del Viento entre
la platea, proponen una poética total,
con apelación a todos los sentidos de los espectadores, que evoca las puestas
simbolistas. Espero que todos esos signos, unidos a la potencia sugestiva y
musical del lenguaje poético, confluyan en el espectáculo soñado por Moni Moni,
para alegría, conciencia y fruición de niños… y adultos.
Bibliografía citada
del Barrio, Hugo, “Prólogo”
a Aguatuya de Mónica Rivelli. Buenos
Aires, Nueva Generación, 2023.
Sormani, Nora Lía, El teatro para
niños. Del texto al escenario. Rosario,
Homo Sapiens, 2004.